Si no recuperamos la moral y las buenas costumbres estamos sonados

Por Andrés Gillmore Evers socio fundador Corporación Costa Carrera

Es indudable que hemos empezado a tomar conciencia de las pérdidas en nuestra sociedad y sobre todo las éticas, que es la pérdida que más no ha hecho daño y que a fin de cuentas es la base de sustentación de todo lo que hacemos en sociedad. Los gobiernos y el mismo congreso han perdido estos objetivos y eso en si mismo es una pérdida enorme para todos, inclusive para ellos mismos, porque ha dirigido la forma en cómo nos relacionamos entre nosotros y hemos perdido la confianza en las organizaciones, las instituciones y en los gobiernos de turno. Los amorales en la actualidad tienen más suceso que los morales y si nos fijamos bien, no tenemos gente en política que no tenga serios problemas con la moral y eso en si mismo es un problema tan serio como la delincuencia. La falta de moral en el trabajo y en las elaciones sociales es por si mismo una forma de delinquir.

La moral tiene como objetivo entregarnos jerarquía a la hora de decidir los valores que sustenta una sociedad y darnos a entender cuales son las buenas y las malas decisiones y las que necesitan un fundamento moral mas que una fundamentación monetaria en si mismo que no es perjudicial cuando no sea a costillas de otros, haciéndonos saber que existe lo bueno y lo malo y de ese modo convivir como corresponde en sociedad. La forma ética de hacer política social, debe enmarcarse dentro de un plano moral, con un alto grado de sentido común y buenas costumbres. Con la llegada del neoliberalismo nos inculcaron por décadas que lo único realmente importante era el éxito económico y la individualidad, recalcándonos que la única manera en la que podíamos ser y que todo lo resolvía el mercado, donde lo importante era dar trabajo y si destruíamos el medio ambiente, la territorialidad, las regiones y las comunidades poco importaba y no era tema. Lo importante era dar trabajo, crecer y crecer; y crecieron intereses muy distintos a los de Chile proyectados en las grandes empresas mineras, salmoneras y forestales del planeta.

Con la proyección que solo el paso del tiempo puede entregar, estos preceptos fueron cambiando la manera de ser y de vernos a nosotros mismos como chilenos. Las relaciones sociales y comerciales cambiaron su fundamento, decidimos que todo tenia su precio, incluso nuestra ética, cambio las relaciones de familia, con los amigos, y la sociedad en si mismo. Nada se podía hacer por nada, todo tenia que tener una recompensa monetaria, el valor del dinero no podía ser otra cosa, que ser recompensado con más dinero y más que una forma de trabajar, lo importante era ganar a como de lugar y nos creímos el cuento de los Jaguares y que el problema no éramos nosotros, si no los vecinos y fuimos por décadas malhumorados y creídos hasta llegar a la actualidad, dependientes de todos y de todo, casi en estado terminal como país productivo y sin ningún propósito moral, aceptando que el fin justifica los medios, sin desarrollar estrategias para salir del atolladero, esperando que la crisis nos consuma.

Desde 1989 a la fecha, no encontramos nada mejor que permitir que empresas transnacionales extranjeras, hicieran en Chile lo que no podían hacer en sus países de origen y hablo de países como Estados Unidos de América, Canadá, Suiza, Italia, Noruega, China y Australia entre otros. Empresas que con el paso de los años fueron desgarrando desde adentro la sincronía natural de nuestra sociedad y las ventajas comparativas que poseemos naturalmente y de sopetón nos encontramos en una crisis que se vislumbraba desde hace años y que puede ser terminal y no precisamente por la problemática económica, sino, por la falta de un adecuado propósito moral de nuestros políticos, gobiernos y instituciones, que egoístas en muchos casos y fantasiosos en otros, no han querido reconocer, que la falta de moralidad nos ha estado pasando la cuenta y desde hace rato.

La palabra moral proveniente de «mores», sinónimo de «costumbres», que corresponde a una regla de conducta compartida por una comunidad, para asegurar cohesión y organización del cuerpo colectivo. Un acto se puede reconocer como inmoral o moral, si cumple con estándares de conducta preestablecidos en uno u otro sentido. Una conducta no es éticamente aceptada, si no se ajusta a la escala de valores donde se desarrolla y usada en pleno uso de su propia libertad. El problema se establece, cuando los valores morales dejan de tener vigencia en el formato colectivo y son cambiados por los personales, sin una base de sustentación ética y eso es precisamente lo que ha estado sucediendo en Chile en los últimas décadas.

La importancia de tener criterios éticos y morales en el formato en que se desarrolla un país y se aceptan los criterios de decisión, se hacen más necesario que nunca en la actualidad, sobre todo, si consideramos que la tecnología esta en expansión como nunca lo imaginamos, en bioética, alimentos transgénicos, informática, energía, salud, educación, fondos de pensiones, en que la posición de los gobiernos y los empresarios, se hace determinante para la sustentabilidad de los procesos sociales.

Es indispensable que las empresas tomen en sus respectivos formatos productivos, con responsabilidad social y tengan la capacidad de moverse dentro de un marco de respeto por los derechos humanos, considerando los valores fundamentales de la persona humana, que muchas veces se ven afectados con actividades que transmutan los escenarios territoriales, desautorizando los objetivos de relevancia social: como la erradicación de la pobreza, la creación de empleos con sueldos justos, respetar el medio ambiente y las comunidades aledañas a los proyectos de las cuales se hacen parte.

El comportamiento ético y moral de por si transmite responsabilidad y no puede establecerse solamente por el cumplimiento de los estándares mínimos requeridos por una sociedad, sino como punto de partida. La responsabilidad social de una empresa, gobierno y del mismo estado, debe ir mucho más allá de la exigencia legal enmarcada por la sociedad. La diferencia fundamental de los países desarrollados con nosotros, es que el buen o mal comportamiento ético, depende básicamente de los individuos, entendiéndose que un buen comportamiento, debe ir de la mano de responsabilidad social, con el que todo gobierno o empresa debe desenvolver su itinerario de desarrollo. Haciendo que el propósito moral sustente el objetivo.

En la actualidad la globalización nos ha obligado a tener que convivir con diferentes tipos de moral y disímiles concepciones de vida, ante lo que consideramos éticamente correcto y lo que es exigible para obtener un trato igualitario en la sociedad hacia el prójimo. Con esta difusa realidad por el cambio de las concepciones ante una globalización desorganizada, surge la necesidad de definir los principios morales y que los derechos sean iguales para todos, en las relaciones del hombre hacia las futuras generaciones, que de no mediarlos, producirán graves problemas, con la posibilidad de afectar la proyección de las futuras generaciones.

La proyección de las generaciones futuras y su transformación están en juego como nunca lo imaginaron en sociedad en el pasado. La reflexión ética entre la moral tradicional y el nuevo orden, debe prevalecer, ante las nuevas posibilidades del gran avance tecnológico. En el pasado la acción humana no afectaba el futuro como en la actualidad. La tecnología ha cambiado la relación del hombre con la naturaleza. En el pasado la naturaleza era estable y la sociedad no tenía la responsabilidad de sus actos ante ella. Se vivía con el objetivo de protegerse y más que nada de sobrevivir lo mejor posible. La reflexión ética y moral en ese entonces no existía como en la actualidad, ante la posibilidad cierta de destrucción que puede predeterminar el futuro que nos espera.

Los problemas comenzaron a surgir cuando la reflexión ética no tuvo la capacidad de ir en paralelo con la revolución tecnológica y no desarrollamos una moralidad de acuerdo con este precepto fundamental, con la capacidad de regular los comportamientos y pasamos a convivir desde una supuesta tradición, creando paradójicamente la renuncia como fundamento, como el formato que la sociedad debe considerar, si quiere beneficiar las generaciones futuras, ante la incapacidad de desarrollar fundamentos que regulen la acción y llevarlos a la práctica, donde ciencia y tecnología insensibilizan las fronteras de los principios de la ética social y del propósito moral, en la que toda sociedad debe fundamentarse a si misma.