El fin del vapor Coyhaique y su naufragio en costas de Aysén

Vapor

 

 

Por Oscar Aleuy Rojas, Colaborador

 

Cuando el último capitán del Coyhaique, míster Merckens asume el gobierno de la nave por los canales del sur, nunca se imaginó que su dilatada y honrosa hoja de servicios de más de 35 años iba a mancharse con el naufragio del barco que él comandaba. Lamentablemente Merckens no pudo disfrutar jamás de su jubilación. Le quedaba sólo un mes para lograr el trámite y estaba feliz y radiante aquella madrugada cuando zarpara con su nave desde Puerto Montt. La rutina le permitió reflexionar profundamente sobre su trayectoria. Horas y horas en calma frente a un mar tranquilo, que sólo le enfrentaba a desasosiegos al enfilar por el canal de Moraleda y el golfo Corcovado. Nada más. El resto, simples maniobras de atraque o zarpe.

Lo que ocurriría el 2 de Enero de 1942, echaría por tierra todo lo que había logrado. Iba a comenzar uno de los viajes de exploración tan característicos del capitán Merckens, donde probablemente aquel espíritu apacible de marinero se hubiera ido forjando a hierro frente a la calma de los sectores de la Patagonia.

El inesperado hundimiento del vapor Coyhaique, conocido barquito que pertenecía a la Ferronave, al igual que el Trinidad, constituyen un testimonio penoso de lo que fuera aquel buque, recordado por varias circunstancias especialmente el hecho de que fuera el único barco que ofreciera espléndidos comedores a bordo para solucionar expectativas de conspicuos grupos de empleados públicos e ingleses administradores de estancias que le preferían por entre los otros. No hay que olvidar que el barco ostentaba uno de los lujos más privativos de la época, un espléndido piano en sus salones que hacía más placentera la larga jornada de navegación.

Se comenta todavía las fiestas y veladas sociales que sobre la cubierta del Coyhaique se celebraban cada vez que efectuaba un viaje desde Puerto Montt. Curiosamente, sería el mismo Trinidad el que continuaría luego la senda abierta por este lujoso barco.

Pero lo que sucedió  en 1942 con el vapor Coyhaique dejó a todos con la boca abierta, al encontrarse en su segundo día de expedición en el sitio correspondiente al tramo Puerto Montt Aysén, seguramente en un lugar cercano a las costas de Chiloé.

El relato contiene la idea de que los pasajeros del Trinidad, que viajaba rumbo a Aysén, anclaron sin haber llegado a puerto alguno, lo que significa que algo extraordinario e inesperado debe haber sucedido. Y sin duda así era. Al salir a cubierta la mayor parte de los escasos pasajeros, divisaron a exiguos cincuenta metros de la costa al precioso vapor Coyhaique varado sobre una gran roca ubicada delante de una islita, lugar que da para pensar en Puerto Raúl Marín Balmaceda o Melinka.

Justamente, cuando ocurre el percance de del varamiento, el Coyhaique quedó detenido a la espera de que algún otro barco pasara por ahí y se pudieran transportar a los pasajeros antes de que comience a hundirse. La quilla se veía bastante dañada y su inclinación anunciaba peligrosamente que el final estaba muy cercano.

El vapor Trinidad había zarpado dos días antes desde Puerto Montt y se dirigía a Puerto Aysén. Entre sus pasajeros venía el explorador Augusto Grosse, quien había conseguido con mucha dificultad que el nuevo Gobierno le apruebe fondos para iniciar una exploración ya comenzada en el sector de Río Blanco, cercano al lago Riesco. Venía quejándose de que los cambios de gobierno retrasaban sus expediciones, debido a la burocracia que exige la asunción de nuevas autoridades. Cuando una veintena de pasajeros abordó el Trinidad, el vapor colapsó su capacidad. El Coyhaique había encallado justo a la medianoche con plena marea creciente y estaba alcanzando su nivel más bajo, con la hélice totalmente fuera del agua.

Ello hacía temer por su integridad, ya que en cualquier momento iba a  volcarse y a hundirse inevitablemente, por lo que todos los pasajeros fueron derivados al Trinidad, incluso su capitán, quien en un supremo esfuerzo envió a su tripulación a un último esfuerzo para zafar al vaporcito de su encallamiento. Durante la noche, con marea alta, se intentaba el último esfuerzo, sin resultados. La tentativa dejaba tan rendida a la tripulación que a las siete de la mañana todo había quedado echado a la suerte.

Estaba lloviendo aquella madrugada cuando los tripulantes, agolpados en los botes salvavidas, atentos a cualquier maniobra final, empapados y atribulados, observaron cómo la nave crujía en un último intento desesperado por quedarse en la superficie, se inclinaba a babor y se deslizaba en un movimiento final, engullida por un gigantesco remolino que la expelía hacia el fondo del mar, despareciendo en cosa de segundos.

Con la desaparición del Coyhaique, la Ferronave había perdido una de sus mejores unidades. La historia consigna hasta ahora los nacimientos y las trayectorias de nuestras naves, pero no sus muertes. Hoy hemos conocido la de uno, al menos. Nos quedan varias.

Un comentario en “El fin del vapor Coyhaique y su naufragio en costas de Aysén

  1. Yo ayer estuve buceando el buque coyahaique, pero no se encuentra en el lugar que se menciona en este texto. El buque está a la costa de Puerto Aguirre, islas huichas.
    Casi todo lo que se dice aquí está herrado.

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